Friday, August 18, 2006


LA INCREIBLE Y TRISTE HISTORIA
DEL DR. SEMMELWEIS



La historia humana está plagada de hechos que nos demuestran que, más que seres racionales, muchas veces somos seres emocionales que nos damos el lujo de destruir con dichas emociones, todo lo que construímos con el intelecto, resultando perdedores siempre nosotros y nuestra especie. Es lo que podemos ver a través, por ejemplo, de este desconocido capítulo de la historia de la medicina.
Ignaz Phillip Semmelweis fue un médico húngaro, nacido en Ofen en 1818. Estudió Medicina en Viena y Budapest, especializándose en Obstetricia. En 1846 es nombrado profesor ayudante de la Primera Clínica Obstétrica de Viena. Pese a la floreciente ciudad capital del Imperio Austrohúngaro, las maternidades de la época presentaban un grave problema sin solución: la alta cantidad de muertes puerperales (post parto) de madres previamente sanas que llegaban a tener sus hijos a dicho Hospital, producto de la Fiebre puerperal. Entre un 20 y 33% de las madres puérperas morían por esta causa en los días siguientes al parto.
En dicho hospital existían dos clínicas de maternidad, en una de las cuales la mortalidad triplicaba a la otra. Y había otra diferencia: a la primera clínica, la de mayor mortalidad por fiebre puerperal, concurrían estudiantes de medicina y a la segunda, no. Los estudiantes iban allí a asistir los partos, pero lo hacían después de haber estado disecando cadáveres en el pabellón de anatomía. Diversas razones se daban por parte de las comisiones de expertos para explicar aquella diferencia: la angustia que causaba el sonido de la campanilla del acólito que precedía al sacerdote cuando éste se dirigía allá para administrar los sacramentos a las moribundas; la vergüenza que sentían las mujeres ante los estudiantes, y cosas por el estilo. Este enigma intrigó sobremanera al recién llegado Dr. Semmelweis, y se propuso investigar científicamente (algo inusual en la época) la razón de estas diferencias.
Semmelweis observa que las mujeres que, cogidas por sorpresa, parían en la calle y sólo después llegaban a la sala del hospital, casi siempre se salvaban, incluso en las llamadas épocas de epidemias. Por esta razón, dichas mujeres quedaban fuera de los controles de tocología que de manera rutinaria hacen médicos y practicantes. Relaciona entonces la presencia de la enfermedad con las visitas que día a día, temprano en la mañana, realizan estudiantes y profesores a la sala de necropsias luego de las cuales pasan directamente a la clínica obstétrica, donde examinan sistemáticamente a parturientas y puérperas. No había de por medio ni siquiera cambio de ropa, llegaban a la sala de partos con manchas de sangre de los muertos sometidos a autopsias con la mano (no se usaba guantes) y a nadie se le ocurría lavarse las manos entre una práctica y otra. Nada se sabía en dicha época acerca de las bacterias, la higiene ni la transmisión de infecciones.
Sin tener todavía muy claro el por qué, decide obligar a los estudiantes a lavarse las manos antes de que se acerquen a las embarazadas. La medida no cuadró por completo dentro del espíritu científico de la época. Faltan todavía 20 años para que Pasteur demuestre que las infecciones son causadas por microorganismos que se diseminan víctima a víctima, y otros tantos para que Lister abogue por la antisepsia con la aplicación rutinaria de ácido fénico. Semmelweis, sin embargo, decide instalar lavados con cloruro cálcico en las puertas de las clínicas y da orden a los estudiantes de lavarse cuidadosamente las manos antes de cualquier reconocimiento o maniobra a una parturienta. Esta medida despierta burlas e indignación entre los médicos de la maternidad, y Semmellweis es destituído de su cargo al pretender que el director de la clínica, el Dr. Klim, también se lave las manos.
Poco después, Semmelweis concluye su teoría tras la muerte de su amigo el Dr. Kolletschka, quien murió con los mismos síntomas de la fiebre puerperal tras haberse pinchado accidentalmente durante una autopsia. De esta forma, concluye que
"Los dedos de los estudiantes contaminados durante recientes disecciones, son los que conducen las fatales partículas cadavéricas a los órganos genitales de las mujeres encinta y, sobre todo, al nivel del cuello uterino". Como estas ínfimas partículas cadavéricas --cuyo simple contacto suponía Semmelweis bastaba totalmente para provocar la infección puerperal-- eran imponderables, sólo era posible reconocerlas por el olor. El "veneno cadavérico" se transmitía por las manos sin lavar. "Desodorar las manos --decidió--, todo el problema radica en eso".
Semmelweis recibió una segunda oportunidad de integrarse a la Clínica y poner en práctica sus observaciones. Con el simple lavado de manos por parte de los médicos tras realizar autopsias y entre examen y examen vaginal a las parturientas, logró bajar la mortalidad por fiebre puerperal en su clínica a ¡0.23%!.
Lejos de ser recibidos por los médicos como merecían, los descubrimientos de Semmelweis desencadenan todas las envidias, todas las vanidades. Se afirma que las estadísticas está manipuladas, Que no pueden reproducirse los resultados cuando se intenta repetirlos en otros lugares. Sólo cinco de los profesores y médicos destacados de Viena se muestran partidarios de la teoría de Semmelweis. Finalmente, es destituído por segunda vez (1849). Sin obtener reconocimiento en ninguna parte para sus teorías, le es dificil encontrar trabajo, y finalmente se lo ofrecen en la maternidad de San Roque, en Budapest, pero con la condición de que no vuelva a mencionar ni practicar su "insólito método del lavado de manos" . Sin embargo, escribe un libro sobre la causa de la Fiebre puerperal y no tarda en dirigir incendiarios discursos contra los colegas que critican sin fundamentos su teoría, lo que le vale una nueva destitución.
Poco a poco pierde la lucidez y la razón. Sus escritos, en vez de buscar argumentos técnicos o científicos que corroboren sus teorías son largas e injuriosas parrafadas contra todos los profesores de obstetricia. En su desesperación llega a pegar por sí mismo pasquines en las paredes de la ciudad advirtiendo a los padres de familia de que no deben consultar con los agentes de la muerte, médicos y comadronas. Sus palabras se vuelven incoherentes y sin sentido. Su cuerpo se inclina. Camina tambaleante. Busca tesoros secretos escondidos en las paredes de la casa. La locura se apodera de su alma. Vagabundea por la ciudad entre risas. Tiene alucinaciones que le provocan terrores y violencia. Corre a la calle a perseguir a sus aparecidos. En una de sus crisis, aparece en medio de la sala de disección de la Facultad. Ante los ojos espantados de los alumnos, coge un escalpelo y desgarra los tejidos del cadáver. Escarba con los dedos. Nadie se atreve a detenerle. Con un brusco gesto se corta deliberadamente. Sangra, grita, amenaza. Logran desarmarle. Acaba de infectarse mortalmente. Su agonía durará aun tres semanas, recorriendo todas las fases que él tan bien conocía en sus parturientas: lingangitis, peritonitis, pleuresía,… meningitis. Muere el 16 de agosto de 1865. Tenía cuarenta y siete años.
Ese mismo año, Louis Pasteur observaba las bacterias como causa de transmisión de enfermedades . Pero ya era demasiado tarde para la vida y el prestigio de Semmelweis.
"Vox populi, casi nunca es vox Dei".

Friday, August 04, 2006

¿ Y DONDE ESTA DIOS PARA EVITAR ESTO?






Cada vez que asistimos a tragedias dolorosas tan frecuentes en nuestros dìas, tales como guerras, genocidios, tsunamis, grandes terremotos, etc etc, surge la pregunta:
¿Por que Dios permite que pasen estas cosas?
¿Dónde está Dios para evitarlas?
Esta es una de las preguntas más dificiles de responder por el sentido común de las personas.
Pero la fé cristiana tiene una respuesta, y ésta se basa en cambiar un poco el enfoque de la situación que se analiza.
Primero, citaré un trozo del Libro de la Sabiduría, uno de los libros que constituyen el Antiguo Testamento:

"Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. El ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero pr la envidia del Demonio entró la muerte en el mundo, y los que`pertenecen a él tienen que padecerla"

En efecto, Dios nos creó inmortales y libres de enfermedad y muerte en el Edén, pero fue el hombre, engañado por el Demonio, quien no conforme con su situación, quizo conocer el bien y el mal, y aspirar a igualar al Dios que lo creó. Su caida abrió las puertas de la muerte y de todo lo que vivimos en la historia humana. Es como el adolescente que decide salir voluntariamente de la casa paterna para conocer y probar el mundo por sí mismo, ¿puede culpar a sus padres de no estar ahí, en el mundo exterior, en cada momento, para protegerlo y defenderlo? Aunque su padre puede estar a una llamada de teléfono (oración) e intentará ayudarlo si esto es lo mejor para él.
Al morir Jesùs, señaló a sus apóstoles la siguiente frase:
"porque ahora llega el príncipe de este mundo; en mi no tiene ningún poder".
El Príncipe de este mundo es el Demonio, y sólo sobre este mundo tiene jurisdicción. Afortunadamente, éste no es nuestro mundo definitivo, prometido, en el cual viviremos eternamente y sin ningún sufrimiento, sino el paraíso reservado a los justos. Es allí donde podemos "exijir" o "reclamar" la presencia e intervención de Dios. Esa es nuestra patria definitiva. Allí el Demonio no podrá seguir propiciando muertes y tragedias, y estimulando pasiones y egoismos humanos que llevan a guerras y crímenes.
Es como si esta vida fuera sólo el ascensor por el cual subimos al departamento prometido, el Paraíso. ¿sería muy importante si el ascensor está mal pintado, poco limpio o lento? ¿dejarìamos de subir o renunciaríamos al departamento prometido por el simple hecho de que el ascensor no está en perfectas condiciones?